30 julio 2012

Safari Madrid

El pasado día 27, Juan y los niños (Juan y David) me llevaron de sorpresa por mi cumple al Safari de Madrid, cerca de Aldea del Fresno. Llegamos a eso de la una y al final echamos todo el día hasta que cerraron.

Después de ver las exhibiciones de rapaces y de serpientes, visitamos el reptilario y el insectario. Al acabar nos pusimos a comer los cuatro unos sándwiches preparados por Juan y cuando terminamos estuvimos un buen rato cortando millones de zanahorias para dárselas después a los animales del safari.


Todos los animales estaban completamente sueltos (salvo los elefantes y los tigres) y era muy impresionante ver a los rinocerontes cruzar por delante del coche o a los leones dormitar a escasos metros. Había una zona con avestruces, dromedarios, llamas, arruís, ciervos y no sé cuántas cosas más en las que estaba permitido alimentar a los animales. En cuanto vieron que bajábamos las ventanillas y les ofrecíamos ricas zanahorias nos rodearon en un momento.


Los arruís, que son estas cabras que dan tan mal rollito (a mi me resultan satánicas), ansiaban muchísimo y se subían a la puerta del coche. Yo temía todo el rato por el pobre coche de Juan, que se estaba poniendo perdido de babas y arañazos.


Los niños (y he de reconocer que yo también) se lo pasaron en grande viendo a los animales tan de cerca, aunque con las avestruces proferían fuertes alaridos, de los picotazos que daban al cristal al tratar de coger el pedazo de zanahoria.

El sitio está muy bien montando para los críos y cuenta con pista de karts, paseos en poni y dromedario, piscina y unos toboganes un tanto bastos por los que te tirabas con un saco de patatas.


Casi lo más divertido del día fue la entrada en el redil del millón de cabras. En cuanto nos vieron entrar con las bolsas de zanahorias se abalanzaron sobre nosotros cual horda de zombies hambrientos.
 

Los niños, listos, echaron a correr y lograron más o menos escapar y ponerse a salvo, pero a mi me arrinconaron y patearon hasta los higadillos hasta que me arrancaron el último trozo de zanahoria. Fue entonces cuando decidieron empezar a comerme la camiseta y el pantalón.


Salimos como pudimos después de lidiar un buen rato con las zombi-cabras y nos fuimos a casa, pateados, sucios y oliendo a cuadra, pero mereció la pena: fue un día tremendamente divertido.

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