04 diciembre 2014

Hablemos de estrellas (II) y de agujeros negros

Seguimos con la evolución vital de las estrellas. ¿Qué ocurre después de la explosión de una supernova?

Por lo visto, es posible que en el centro de la explosión sobreviva una "enana blanca", una pequeña estrella del tamaño de la Tierra (foto) cuyos elementos están tan concentrados que una cucharadita de café llena de esta materia pesaría una tonelada. La enana blanca puede continuar su proceso de compresión. Aquellas con una masa superior al 40 % a la del Sol, se concentrarían en algo inimaginablemente denso y extraño, hasta tal punto que los protones y los electrones se fusionarían transmutándose en neutrones. Después, colapsada por su propia masa, la estrella se desploma hacia su interior y su tamaño se reduce más y más. Al final, se contrae y desaparece. Ahora en su lugar existe un agujero negro.


Pasemos a hablar ahora un poco de estos entes tan extraños e intrigantes. El tirón de la gravedad en una estrella que se convierte en un agujero negro es de tal magnitud que ni siquiera la luz, con sus 300.000 km/seg, puede escapar de allí. De modo que el astro no emite luz. Se vuelve negro. Además, su masa es tan gigantesca que ese agujero negro crea a su alrededor un intensísimo campo gravitatorio. Cualquier cosa que se mueva en sus cercanías, sean rayos de luz, asteroides, planetas incluso otras estrellas, se verán irremisiblemente atraídos hacia el monstruo y serán devorados por el.


Si unos supuestos navegantes del espacio pasaran por allí, su destino no sería morir absorbidos y aplastados contra la enorme masa del agujero, ya que, de veras, este es un abismo sin fondo. No solo se ha desvanecido de la vista, sino que ha desaparecido del Universo. Al menos de nuestro espacio de tres dimensiones.

¿Y por qué pasa esto? Cuando la masa considerada es demasiado grande, la curvatura del espacio se incrementa de tal modo que la región situada más allá de esa masa queda desvinculada del espacio normal. A esto se le llama "singularidad". El embudo así formado no termina en la nada, sino que a partir de su punto más estrecho y profundo, se forma otro embudo simétrico al anterior, como si se reflejara en el espejo.


Algunos científicos han especulado la posibilidad de que existieran la contrapartida de los agujeros negros, las llamadas "fontanas blancas", a través de las cuales brotaría instantáneamente todo lo que hubiera sido absorbido en el otro extremo. De este modo, los agujeros negros serían una especie de atajo en el espacio-tiempo que permitiría realizar viajes a través del Universo.

Pero en realidad, nadie sabe exactamente cómo funcionan. Los estudios de Einstein llegaron a la conclusión de que para poder traspasar un agujero negro sería necesaria una velocidad superior a la de la luz. No obstante, ningún objeto conocido del Universo puede superar esta velocidad, por lo que estos viajes espacio-temporales no serían posibles.

Por otro lado, según la relatividad, las grandes masas tienen la propiedad de enlentecer el paso del tiempo. Un supuesto astronauta que cayera en un agujero negro se vería sometido a tales diferencias gravitatorias que se despedazaría. Además, el tiempo iría ralentizándose más y más al aproximarse al centro del remolino, hasta detenerse. De este modo, el astronauta realmente nunca llegaría a caer por completo dentro de la singularidad.

¿Y cómo los detectamos desde la Tierra? En el próximo capítulo, que si no me queda una entrada muy larga.

Hablemos de estrellas (I)

Hoy voy a retomar, así porque sí, el blog con una entrada físico-astronómica. El tema del Universo siempre me fascinó pero es ahora, cuando comienzo a leer algo de literatura cósmica para cerebritos normales, cuando empiezo a "comprender" algunas cosas. Del primer libro leído, "Principio y fin del Universo", me quedo con muchas historias interesantes. Una de ellas es esta: nacimiento, vida y muerte de una estrella (Capítulo I).

PD: el libro es bastante antiguo, por lo que es posible que algunos datos ya no sean los mismo en la actualidad.

En sus primeras fases una estrella es apenas un tenue conglomerado de gas. Nubes de hidrógeno y polvo interestelar comienzan agrupándose en alguna región de la galaxia rica en estos elementos. Cuando se junta suficiente cantidad de estos elementos, la gravedad actúa reuniéndolos en un volumen cada vez menor. Los átomos se encuentran a tan poca distancia unos de otros que comienzan a chocar entre sí y a generara calor. El objeto comienza a emitir radiación infrarroja. A partir de aquí pueden ocurrir varias cosas:

a) Si no se consigue reunir más cantidad de materia, estas "protoestrellas" no pasan de este estado. Este es el caso de Júpiter, cuya materia reunida es demasiado pequeña como para haber formado una estrella, aunque es demasiado grande como planeta. Tanto que la enorme gravedad generada por su gran masa no ha dejado escapar ni siquiera a los gases más ligeros. Por el contrario, si la cantidad de materia reunida es muy pequeña, se forma un cuerpo diminuto como la Luna. Su gravedad es tan pequeña que todos los gases han escapado de su atracción gravitatoria y se han dispersado por el espacio. La Tierra se encuentra justo en el punto medio.


b) Para que surja una estrella es preciso reunir una cantidad de materia superior a la décima parte de la masa de nuestro Sol. En este caso, la enorme fuerza gravitatoria agrupa toda la materia en una gran bola y los átomos de hidrógeno chocan entre si generando procesos de fusión nuclear, elevando la temperatura. Ha nacido una estrella, que seguirá evolucionando durante millones de años.

b.1) Las estrellas parecidas a nuestro Sol continúan con la fusión nuclear hasta que han consumido todo el hidrógeno de su núcleo central. Entonces, el astro empieza a expandirse y se convierte en una gigante roja, como por ejemplo Betelgeuse o Antares. Cuando nuestro Sol alcance esta fase, su volumen aumentará unos 40 millones de veces y se extenderá más allá de la órbita de Marte. Todos los planetas del Sistema Solar serán vaporizados. Fijaros qué flipada de foto; qué tamaño tiene nuestro Sol y qué tamaño tienen las gigantes rojas.


b.2) Pero si la estrella tiene demasiada masa, la fuerza de la gravedad actúa de nuevo iniciando una fase de contracción. La fusión nuclear continua, pero esta vez se forman en el centro de la estrella elementos pesados hasta que se origina un núcleo de hierro. En este momento, la fusión nuclear se detiene. El astro está dominado por dos fuerzas contrapuestas; las reacciones nucleares ejercen una enorme presión hacia el exterior, mientras que la gravedad lucha por mantener la cohesión. Cuando cesan las reacciones nucleares, la gravedad no encuentra oposición y la estrella se derrumba. Se colapsa. Una masa como la del Sol se convierte en una esfera más pequeña que la de la Tierra. Luego disminuye a unos pocos kilómetros. Entonces, el astro, literalmente, estalla. Su brillo se hace mil millones de veces mayor que el de su estado original. Durante unos días este brillo es tan intenso que puede eclipsar al emitido por cien mil millones de estrellas. En el firmamento aparece una supernova.


Como dato curioso, la primera explosión de una supernova en la época contemporánea tuvo lugar el 23 de Febrero de 1987, en la Gran Nube de Magallanes, a unos 170.000 años-luz de distancia. Se le impuso el nombre de 1987-A.

Para descubrir que pasa después de la explosión de estas bicharracas, vete al Capítulo II.

06 septiembre 2014

Slowly drifting

De vuelta a casa. Subiré alguna entrada de los seis meses que llevo de retraso, pero con la calma... Primero toca acostumbrarse de nuevo a vivir en este mundo. Nostalgia.

04 marzo 2014

Dakar - Kedougou

Llegamos a la estación de autobuses muy pronto, sobre las seis de la tarde. En realidad se trata de un gran descampado detrás del estadio de fútbol donde aparcan diferentes medios de transporte. Aun faltaban tres horas para la salida de nuestro autobús, así que tomamos asiento en uno de los bancos de metal tras la caseta de los tiquets. Vimos cómo iba llegando cada vez más gente, al tiempo que el sol descendía en el horizonte y comenzaba a anochecer. Conforme la “sala de espera” se iba llenando, llegaban más y más vendedores ambulantes que ofrecían una gran variedad de artículos: magdalenas, plátanos, agua, gafas, golosinas, frutos secos y hasta pasta de dientes. De repente llegó un coche que paró frente a la caseta de los tiquets. Desde dentro nos saludaban alegremente con la mano el señor extranjero y su guía senegalés a los que les habíamos preguntado el camino hacia a catedral esa misma mañana. Se acercaron a saludarnos y nos contaron que venían a informarse sobre los horarios de los autobuses. Nos propusieron salir con ellos todos juntos al día siguiente, pero no pudo ser porque ya teníamos comprados los billetes para esa misma noche. Seguimos esperando. Las horas pasaban despacio. Un senegalés que parecía formar parte del Niokolo Transports colocó una antigua televisión sobre una mesa alta que se ubicaba de frente a los bancos de la sala de espera. La encendieron, imagino que con el propósito de amenizar la espera a los clientes, pero la luz se iba cada dos por tres y se quedaba todo a oscuras. Llegaron tres blancos: dos mujeres y un hombre. ¡Españoles! Nos alegramos de coincidir con ellos y fue un alivio poder hablar en español después de un día entero pensando y hablando en inglés y francés. Sus nombres eran Adolfo, Chus y Chiki. Estaban de turismo por el país y se dirigían, al igual que nosotras, hacia Kedougou. Charlamos un rato con ellos de nuestras experiencias en Senegal y al rato la gente se empezó a movilizar por fin. Nos pusimos en una cola inmensa para “facturar” nuestros equipajes. 1000 francos por cada bulto guardado en el maletero del bus. Yo facturé solo la maleta de trotamundos. El resto de los bultos llevaban posesiones valiosas y no quería jugármela. Después de facturar esperamos un rato más. Ya eran cerca de las nueve de la noche cuando se formó una fila de nuevo y comenzaron a llamar a los pasajeros. “Sonia Diallo et Yaiza Diallo”. Esas éramos nosotras. Fuimos prácticamente las primeras, por lo que escogimos los sitios que quisimos. Por fin el bus se llenó y arrancó. Por delante teníamos un viaje de 12 horas. Comí un sándwich senegalés de los que habíamos comprado ese medio día. Por dentro estaba relleno de una carne algo ternillosa, pero tenía tanta hambre que acabé con él. Después me puse la música y traté de dormir algo. Los recuerdos del viaje que tengo son difusos. Cada vez que el autobús paraba en algún pueblito perdido de la mano de Dios, fuese la hora que fuese, toda una corte de vendedores ambulantes se agolpaba frente a las puertas de salida, ofreciendo al viajante comidas y bebidas variadas (hacían incluso té en el momento). Sobre las 8 de la mañana o así comenzó a amanecer al tiempo que atravesábamos el Parque Nacional Niokolo Koba y pudimos disfrutar del paisaje. El terreno es muy plano y está salpicado por distintas especies de árboles africanos, además de por algunos pastos sabanoides y arbustos bajos. En esta época, todo está bastante seco y entre la vegetación predomina más el color amarillo que el verde. Me ha hecho tremenda ilusión ver enormes termiteros por ahí desperdigados, iguales que los que salen en los documentales de la tele. Desde el autobús también he podido ver primates salvajes: primero papiones y después monos verdes, ambas especies ubicadas en pequeños grupos a los lados de la carretera. Eso ha sido lo mejor del viaje.

A las nueve y media hemos llegado por fin a Kedougou. Nos hemos bajado, hemos recogido las maletas y hemos llamado a Lili, la coordinadora del proyecto del IJG aquí en Senegal. Un hombre de Dindefelo se había matado en un accidente de moto y todo el pueblo estaba conmocionado. Estaban de luto y todo se había paralizado, por lo que nos ha sugerido pasar la noche en Kedougou y continuar con el viaje mañana. Nos hemos instalado en el campamento Chez Dhiao y nos han asignado una chocita redonda con techo de palitos muy amplia para dos personas con muchas “comodidades”: ventilador, mosquitera y baño completo. Tras dejar las cosas en la habitación, hemos desayunado en la zona común del campamento: una choza más grande y abierta con mesas, sillas y sillones y una pequeña barra de bar. En uno de los extremos hay un mercadillo permanente de artesanías africanas hechas por dos locales. Después de desayunar bastante bien (leche en polvo con Cola Cao que Yaiza tenía de España y pan con mantequilla y gelatina de naranja), nos hemos echado una presiesta de tres horazas. De nuevo en pie, hemos vuelto a la zona común y hemos comido una tortilla francesa con patatas y cebolla muy rica. Nos han acompañado Tente y Tomás, dos españoles que llevaban más de 10 años viniendo a Senegal y se lo conocían como la palma de su mano. Nos han contado que en Niokolo Koba aun quedan leones, hienas, hipopótamos, cocodrilos, búfalos, gacelas, perros salvajes, monos y un montón de bichos más. A ver si en el tiempo que estemos aquí podemos hacer alguna visitilla y ver algo.
A media tarde hemos salido a la zona común en respuesta a las llamadas de nuestros compañeros africanos. Esta vez hemos charlado con Mamadu y con Aruna. Son dos chicos de veintitantos años que dedican su vida a hacer rutas turísticas por la zona. Hemos salido a dar una vuelta por Kedougou con Aruna y hemos visto el mercado, la iglesia cristiana, la plaza y la casa de un tipo loco que tenía muchos perros y si pasabas por delante te atacaban. Nos ha acompañado a un supermercado que tenía de todo un poco y por fin nos hemos hecho con unas tarjetas de recarga para el móvil. De vuelta a la choza, nos hemos dado una ducha de agua fría (qué gustito con el calor) y hemos picado algo de cenar. A ver cómo se presenta el día de mañana. Esperamos llegar a Dindefelo de una vez por todas.

Segundo contacto

He pasado mala noche porque me despertaba cada poco, pensando en cómo sería el día de hoy. Lo cierto es que ha sido, al contrario de lo que yo pronosticaba, un día magnífico. Solo nos han hecho falta unas pocas horas para sacarle el encanto a Dakar. La ciudad se transforma completamente entre semana. Nos hemos despertado temprano, a las 8 de la mañana. Hemos desayunado lo que hemos podido (barritas de cereales de nuevo, con algo de chocolate y agua), hemos cogido una mochila y nos hemos echado a la calle, no sin cierta inquietud. Hemos hablado con el chico de la recepción para ver si podía llevarnos en algún coche del hotel hacía el Stade Leopold, donde se encuentra el garaje de los autobuses de Niokolo Transports (el que cogeríamos nosotras hasta Kedougou), entre otros. A través del traductor de su tablet nos hemos entendido y nos ha dicho que no tenía coche, pero que nos pedía un taxi. Le hemos pedido que fijase por nosotras un precio razonable hasta nuestro destino. El chico le ha pedido al taxista primero 2000 francos, pero al final han tenido que ser 3000. No está del todo mal. En el trayecto por las carreteras y autopistas de Dakar hemos visto tantas cosas que se me aturulla la mente. Mercados al lado de la autopista, pequeños autobuses típicos senegaleses abarrotados de personas (algunos incluso llevaban a gente colgada de las puertas traseras, de pie por fuera del bus), gente cruzando la autopista de lado a lado... El tráfico en Dakar es realmente caótico, pero en el fondo parece responder a cierto orden y los conductores se entienden bien entre ellos, utilizando con mucha asiduidad el claxon. Hemos llegado en un periquete al Stade. Le hemos dicho al taxista que íbamos a la “estación” de los autobuses Niokolo y amablemente nos ha llevado hasta la taquilla por 600 francos más. Bueno, vale. Desde luego, ya no son los 13000 del primer día. Hemos recogido nuestros billetes, previamente reservados por nuestros compañeros de Dindefelo, y hemos vuelto a coger el mismo taxi de vuelta al centro de Dakar. Nos ha dejado por 4000 francos en la Avenida Pompidou. Al bajarnos del coche hemos flipado al máximo. Lo que ayer parecía una calle prácticamente deshabitada hoy, lunes, bullía de vida. Muchísima gente andaba por las aceras de acá para allá, otros descansaban a la salida de sus comercios, otros trataban de vender cualquier cosa a los paseantes. Los coches transitaban rápido y en tropel por las carreteras, parando precipitadamente y pitando cuando los senegaleses se lanzaban a cruzar hacia el otro lado de la calle. Queríamos ir a la central de Orange a comprar las tarjetas para el móvil e Internet. Sabíamos que estaba frente a la catedral de Dakar, así que le hemos preguntado al primer blanco que hemos visto. Iba con un senegalés que debía de ser su guía. Muy amables, nos han especificado cómo llegar. Tras avanzar unos pasos, otro senegalés vendedor ambulante nos ha abordado y, al decirle a dónde íbamos, nos ha acompañado hasta nuestro destino. Por el camino nos ha contado que su padre tenía una fábrica de tejidos y no sé cuántas cosas más. Nos ha invitado a visitarla, pero hemos rechazado su propuesta porque llevábamos algo de prisa. Por fin en la central de Orange. Menudo lío para comprar las tarjetas. Nos ha sido difícil entender hasta hablando en inglés con las chicas que allí trabajan. Primero te dan un tiquet con un número. Te sientas, esperas a que salga tu número y te diriges a una de las mesas. Pides lo que quieres, te hacen otro tiquet y te mandan a la zona de cajas a pagar, donde te dan un papel tipo factura. De nuevo vuelves a la mesa y te dan lo que hacía un rato habías pedido. Luego te mandan a otra mesa y allí otra chica comprueba, tras introducir la tarjeta SIM nueva en el móvil, que todo va bien. Comprar las recargas ya nos ha parecido demasiado. Trataremos de comprarlas en Kedougou.

De vuelta al hotel, nos abordó un senegalés mostrándonos las láminas artesanales que realizaba. Al ver que no mostrábamos mucho interés, las guardó y entabló conversación con nosotras. Me dió buena espina, así que le seguí el juego. Amadu (así se llamaba) resultó ser un guía de ecoturismo que organizaba visitas por Dakar y excursiones por el Niokolo Koba, como medio de inmersión de los extranjeros turistas en la cultura senegalesa. Nos enseñó un álbum muy interesante de fotos como prueba de ello. Luego nos preguntó qué habíamos visitado por el centro y nos llevó a los sitios que no habíamos visto aún, mientras charlábamos alegremente bajo el sol picajoso de Dakar (su inglés era estupendo). Nos propuso un montón de planes interesantes para hacer con él: disfrutar de un espectáculo de música africana en directo, tomar el té con una familia senegalesa e incluso presenciar cómo se elaboraban algunos platos típicos senegaleses. No obstante, no pudimos asistir a ninguno de ellos porque debíamos volver al hotel a recoger nuestras cosas antes del check out. Nos dio su tarjeta de “negocios” y nos despedimos, con la promesa de volver a vernos antes o después. Llegamos al hotel y rehicimos como pudimos nuestras maletas. Las dejamos guardadas en la oficina de la recepción y nos fuimos a comer. Apenas habíamos recorrido unos cuantos metros cuando nos encontramos de nuevo con Amadu. ¡Qué sorpresa! Nos saludamos con la alegría con la que se saludan dos amigos que llevan tiempo sin verse. Aquí la gente es increíblemente cercana. En este segundo encuentro nos contó que él trabajaba con mariposas. Las recolectaba una vez muertas y con sus alas de colores hacía dibujos africanos preciosos, iridiscentes. Le dijimos a dónde íbamos a comer y de nuevo nos acompañó hasta el destino. Nos despedimos y un senegalés muy amable paró el tráfico para que cruzásemos la calle. En la otra acera, otro senegalés nos preguntó con intención de ayudar qué estábamos buscando. Tras una larga espera en el interior del restaurante, logramos comprar nuestra comida y cena de ese día. Con el picnic a cuestas nos dirigimos hacia la costa y bajando una callejuela en la que habían ubicado un pequeño mercado de artesanías conocimos a Abdu. Abdu vendía artesanías africanas en uno de los puestecitos, pero como no tenía nada mucho mejor que hacer nos acompañó hasta la playa. Allí nos presentó a dos músicos de percusión africana de cuyos nombres no me acuerdo y a otro senegalés más que tenía en la playa un pequeño chiringuito con apenas dos sillas y dos sombrillas. Abdu se despidió y nos sentamos en la arena. Delante de nosotras el océano Atlántico; detrás una familia de senegaleses que vivía en la playa. El padre estaba dormitando cerca de nosotras en la arena, la madre se afanaba en poner la ropa a secar y dejarla libre de toda partícula sacudiéndola una y otra vez y el bebé gateaba de aquí para allá por la arena rebozándose entero en ella, con el pañal a rastras. Disfrutamos de nuestra comida senegalesa al tiempo que contemplábamos la vida de los locales en la playa. Unos jóvenes jugaban al fútbol, un hombre arrastraba una red y se metía en el mar con ella (posiblemente para tratar de pescar algo), otro corría de un lado a otro y realizaba ejercicios gimnásticos. La brisa traía además el sonido de los tambores que los músicos tocaban un poco más arriba.

Llevábamos ya un buen rato ahí cuando se acercó un nuevo africano. Su nombre era Pappiss. Se sentó tranquilamente a nuestro lado y comenzó una conversación. No sabía inglés ni español, por lo que estuvimos hablando en francés y algo de pulaar. De vez en cuando se ponía nervioso y tartamudeaba. Me inspiró mucha ternura. Al rato llegaron dos más, más mayores y con más pinta de hombres de negocios. No recuerdo sus nombres, pero también eran muy agradables. Hablando con ellos en inglés y francés la conversación terminó desembocando en el tema del matrimonio, como siempre. Nos echamos unas buenas risas. Pappiss me decía que hablase con él y no con los otros. Me dijo que me amaba [jajajaja]. También sacó el tema del casamiento con un senegalés; con él, por ejemplo. Los tres nos dieron sus números de teléfono (nos insistieron en que les diésemos los nuestros, pero aludimos que aun no los teníamos comprados). Los dos hombres más mayores se hicieron una foto con nosotras de recuerdo y se despidieron. Pappiss se quedó conversando con Yaiza y conmigo toda la tarde. Le enseñamos algunas expresiones en español y él a nosotros en wolof. Me contó muchas cosas de Dakar, de la sociedad senegalesa y de su vida. Yo traté de contarle algo de la mía. Al final se marchó y me pidió por favor que le llamase en cuanto tuviese la tarjeta de móvil. Sobre las cinco y poco salimos de la playa y, subiendo unas escaleras hacia la calle principal, me asaltaron tres críos e intentaron arrebatarme el bote de Fanta. Les expliqué que había que pedir las cosas por favor y dar después las gracias. Luego les hice beber un poquito de Fanta a cada uno, por turnos, para que la compartiesen. Nos pidieron fotos y posamos con ellos. Eran unos niños preciosos y muy risueños. Al fin llegamos al hotel, recogimos las cosas y pillamos de nuevo un taxi al Stade Leopold por 2500 francos (íbamos mejorando). Nos marchábamos a Kedougou.