De vuelta al hotel, nos
abordó un senegalés mostrándonos las láminas artesanales que
realizaba. Al ver que no mostrábamos mucho interés, las guardó y
entabló conversación con nosotras. Me dió buena espina, así que
le seguí el juego. Amadu (así se llamaba) resultó ser un guía de
ecoturismo que organizaba visitas por Dakar y excursiones por el
Niokolo Koba, como medio de inmersión de los extranjeros turistas en
la cultura senegalesa. Nos enseñó un álbum muy interesante de
fotos como prueba de ello. Luego nos preguntó qué habíamos
visitado por el centro y nos llevó a los sitios que no habíamos
visto aún, mientras charlábamos alegremente bajo el sol picajoso de
Dakar (su inglés era estupendo). Nos propuso un montón de planes
interesantes para hacer con él: disfrutar de un espectáculo de
música africana en directo, tomar el té con una familia senegalesa
e incluso presenciar cómo se elaboraban algunos platos típicos
senegaleses. No obstante, no pudimos asistir a ninguno de ellos
porque debíamos volver al hotel a recoger nuestras cosas antes del
check out. Nos dio su tarjeta de “negocios” y nos despedimos,
con la promesa de volver a vernos antes o después. Llegamos al hotel
y rehicimos como pudimos nuestras maletas. Las dejamos guardadas en
la oficina de la recepción y nos fuimos a comer. Apenas habíamos
recorrido unos cuantos metros cuando nos encontramos de nuevo con
Amadu. ¡Qué sorpresa! Nos saludamos con la alegría con la que se
saludan dos amigos que llevan tiempo sin verse. Aquí la gente es
increíblemente cercana. En este segundo encuentro nos contó que él
trabajaba con mariposas. Las recolectaba una vez muertas y con sus
alas de colores hacía dibujos africanos preciosos, iridiscentes. Le
dijimos a dónde íbamos a comer y de nuevo nos acompañó hasta el
destino. Nos despedimos y un senegalés muy amable paró el tráfico
para que cruzásemos la calle. En la otra acera, otro senegalés nos
preguntó con intención de ayudar qué estábamos buscando. Tras una
larga espera en el interior del restaurante, logramos comprar nuestra
comida y cena de ese día. Con el picnic a cuestas nos dirigimos
hacia la costa y bajando una callejuela en la que habían ubicado un
pequeño mercado de artesanías conocimos a Abdu. Abdu vendía
artesanías africanas en uno de los puestecitos, pero como no tenía
nada mucho mejor que hacer nos acompañó hasta la playa. Allí nos
presentó a dos músicos de percusión africana de cuyos nombres no
me acuerdo y a otro senegalés más que tenía en la playa un pequeño
chiringuito con apenas dos sillas y dos sombrillas. Abdu se despidió
y nos sentamos en la arena. Delante de nosotras el océano Atlántico;
detrás una familia de senegaleses que vivía en la playa. El padre
estaba dormitando cerca de nosotras en la arena, la madre se afanaba
en poner la ropa a secar y dejarla libre de toda partícula
sacudiéndola una y otra vez y el bebé gateaba de aquí para allá
por la arena rebozándose entero en ella, con el pañal a rastras.
Disfrutamos de nuestra comida senegalesa al tiempo que contemplábamos
la vida de los locales en la playa. Unos jóvenes jugaban al fútbol,
un hombre arrastraba una red y se metía en el mar con ella
(posiblemente para tratar de pescar algo), otro corría de un lado a
otro y realizaba ejercicios gimnásticos. La brisa traía además el
sonido de los tambores que los músicos tocaban un poco más arriba.
Llevábamos ya un buen
rato ahí cuando se acercó un nuevo africano. Su nombre era Pappiss.
Se sentó tranquilamente a nuestro lado y comenzó una conversación.
No sabía inglés ni español, por lo que estuvimos hablando en
francés y algo de pulaar. De vez en cuando se ponía nervioso y
tartamudeaba. Me inspiró mucha ternura. Al rato llegaron dos más,
más mayores y con más pinta de hombres de negocios. No recuerdo sus
nombres, pero también eran muy agradables. Hablando con ellos en
inglés y francés la conversación terminó desembocando en el tema
del matrimonio, como siempre. Nos echamos unas buenas risas. Pappiss
me decía que hablase con él y no con los otros. Me dijo que me
amaba [jajajaja]. También sacó el tema del casamiento con un
senegalés; con él, por ejemplo. Los tres nos dieron sus números de
teléfono (nos insistieron en que les diésemos los nuestros, pero
aludimos que aun no los teníamos comprados). Los dos hombres más
mayores se hicieron una foto con nosotras de recuerdo y se
despidieron. Pappiss se quedó conversando con Yaiza y conmigo toda
la tarde. Le enseñamos algunas expresiones en español y él a
nosotros en wolof. Me contó muchas cosas de Dakar, de la sociedad
senegalesa y de su vida. Yo traté de contarle algo de la mía. Al
final se marchó y me pidió por favor que le llamase en cuanto
tuviese la tarjeta de móvil. Sobre las cinco y poco salimos de la
playa y, subiendo unas escaleras hacia la calle principal, me
asaltaron tres críos e intentaron arrebatarme el bote de Fanta. Les
expliqué que había que pedir las cosas por favor y dar después las
gracias. Luego les hice beber un poquito de Fanta a cada uno, por
turnos, para que la compartiesen. Nos pidieron fotos y posamos con
ellos. Eran unos niños preciosos y muy risueños. Al fin llegamos al
hotel, recogimos las cosas y pillamos de nuevo un taxi al Stade
Leopold por 2500 francos (íbamos mejorando). Nos marchábamos a
Kedougou.
Bueno , ya se os ve más felices y sueltas que los días anteriores ; me alegro : -)
ResponderEliminarDebes de ser el único que lee mis parrafadas, jajaja.
ResponderEliminarSonia, ya veo que te estas adaptando bien, besos
ResponderEliminarPerdona querida Sonia , aunque no comenté yo si estoy leyendo lo que pones guapaaa jajjajaj
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