04 marzo 2014

Segundo contacto

He pasado mala noche porque me despertaba cada poco, pensando en cómo sería el día de hoy. Lo cierto es que ha sido, al contrario de lo que yo pronosticaba, un día magnífico. Solo nos han hecho falta unas pocas horas para sacarle el encanto a Dakar. La ciudad se transforma completamente entre semana. Nos hemos despertado temprano, a las 8 de la mañana. Hemos desayunado lo que hemos podido (barritas de cereales de nuevo, con algo de chocolate y agua), hemos cogido una mochila y nos hemos echado a la calle, no sin cierta inquietud. Hemos hablado con el chico de la recepción para ver si podía llevarnos en algún coche del hotel hacía el Stade Leopold, donde se encuentra el garaje de los autobuses de Niokolo Transports (el que cogeríamos nosotras hasta Kedougou), entre otros. A través del traductor de su tablet nos hemos entendido y nos ha dicho que no tenía coche, pero que nos pedía un taxi. Le hemos pedido que fijase por nosotras un precio razonable hasta nuestro destino. El chico le ha pedido al taxista primero 2000 francos, pero al final han tenido que ser 3000. No está del todo mal. En el trayecto por las carreteras y autopistas de Dakar hemos visto tantas cosas que se me aturulla la mente. Mercados al lado de la autopista, pequeños autobuses típicos senegaleses abarrotados de personas (algunos incluso llevaban a gente colgada de las puertas traseras, de pie por fuera del bus), gente cruzando la autopista de lado a lado... El tráfico en Dakar es realmente caótico, pero en el fondo parece responder a cierto orden y los conductores se entienden bien entre ellos, utilizando con mucha asiduidad el claxon. Hemos llegado en un periquete al Stade. Le hemos dicho al taxista que íbamos a la “estación” de los autobuses Niokolo y amablemente nos ha llevado hasta la taquilla por 600 francos más. Bueno, vale. Desde luego, ya no son los 13000 del primer día. Hemos recogido nuestros billetes, previamente reservados por nuestros compañeros de Dindefelo, y hemos vuelto a coger el mismo taxi de vuelta al centro de Dakar. Nos ha dejado por 4000 francos en la Avenida Pompidou. Al bajarnos del coche hemos flipado al máximo. Lo que ayer parecía una calle prácticamente deshabitada hoy, lunes, bullía de vida. Muchísima gente andaba por las aceras de acá para allá, otros descansaban a la salida de sus comercios, otros trataban de vender cualquier cosa a los paseantes. Los coches transitaban rápido y en tropel por las carreteras, parando precipitadamente y pitando cuando los senegaleses se lanzaban a cruzar hacia el otro lado de la calle. Queríamos ir a la central de Orange a comprar las tarjetas para el móvil e Internet. Sabíamos que estaba frente a la catedral de Dakar, así que le hemos preguntado al primer blanco que hemos visto. Iba con un senegalés que debía de ser su guía. Muy amables, nos han especificado cómo llegar. Tras avanzar unos pasos, otro senegalés vendedor ambulante nos ha abordado y, al decirle a dónde íbamos, nos ha acompañado hasta nuestro destino. Por el camino nos ha contado que su padre tenía una fábrica de tejidos y no sé cuántas cosas más. Nos ha invitado a visitarla, pero hemos rechazado su propuesta porque llevábamos algo de prisa. Por fin en la central de Orange. Menudo lío para comprar las tarjetas. Nos ha sido difícil entender hasta hablando en inglés con las chicas que allí trabajan. Primero te dan un tiquet con un número. Te sientas, esperas a que salga tu número y te diriges a una de las mesas. Pides lo que quieres, te hacen otro tiquet y te mandan a la zona de cajas a pagar, donde te dan un papel tipo factura. De nuevo vuelves a la mesa y te dan lo que hacía un rato habías pedido. Luego te mandan a otra mesa y allí otra chica comprueba, tras introducir la tarjeta SIM nueva en el móvil, que todo va bien. Comprar las recargas ya nos ha parecido demasiado. Trataremos de comprarlas en Kedougou.

De vuelta al hotel, nos abordó un senegalés mostrándonos las láminas artesanales que realizaba. Al ver que no mostrábamos mucho interés, las guardó y entabló conversación con nosotras. Me dió buena espina, así que le seguí el juego. Amadu (así se llamaba) resultó ser un guía de ecoturismo que organizaba visitas por Dakar y excursiones por el Niokolo Koba, como medio de inmersión de los extranjeros turistas en la cultura senegalesa. Nos enseñó un álbum muy interesante de fotos como prueba de ello. Luego nos preguntó qué habíamos visitado por el centro y nos llevó a los sitios que no habíamos visto aún, mientras charlábamos alegremente bajo el sol picajoso de Dakar (su inglés era estupendo). Nos propuso un montón de planes interesantes para hacer con él: disfrutar de un espectáculo de música africana en directo, tomar el té con una familia senegalesa e incluso presenciar cómo se elaboraban algunos platos típicos senegaleses. No obstante, no pudimos asistir a ninguno de ellos porque debíamos volver al hotel a recoger nuestras cosas antes del check out. Nos dio su tarjeta de “negocios” y nos despedimos, con la promesa de volver a vernos antes o después. Llegamos al hotel y rehicimos como pudimos nuestras maletas. Las dejamos guardadas en la oficina de la recepción y nos fuimos a comer. Apenas habíamos recorrido unos cuantos metros cuando nos encontramos de nuevo con Amadu. ¡Qué sorpresa! Nos saludamos con la alegría con la que se saludan dos amigos que llevan tiempo sin verse. Aquí la gente es increíblemente cercana. En este segundo encuentro nos contó que él trabajaba con mariposas. Las recolectaba una vez muertas y con sus alas de colores hacía dibujos africanos preciosos, iridiscentes. Le dijimos a dónde íbamos a comer y de nuevo nos acompañó hasta el destino. Nos despedimos y un senegalés muy amable paró el tráfico para que cruzásemos la calle. En la otra acera, otro senegalés nos preguntó con intención de ayudar qué estábamos buscando. Tras una larga espera en el interior del restaurante, logramos comprar nuestra comida y cena de ese día. Con el picnic a cuestas nos dirigimos hacia la costa y bajando una callejuela en la que habían ubicado un pequeño mercado de artesanías conocimos a Abdu. Abdu vendía artesanías africanas en uno de los puestecitos, pero como no tenía nada mucho mejor que hacer nos acompañó hasta la playa. Allí nos presentó a dos músicos de percusión africana de cuyos nombres no me acuerdo y a otro senegalés más que tenía en la playa un pequeño chiringuito con apenas dos sillas y dos sombrillas. Abdu se despidió y nos sentamos en la arena. Delante de nosotras el océano Atlántico; detrás una familia de senegaleses que vivía en la playa. El padre estaba dormitando cerca de nosotras en la arena, la madre se afanaba en poner la ropa a secar y dejarla libre de toda partícula sacudiéndola una y otra vez y el bebé gateaba de aquí para allá por la arena rebozándose entero en ella, con el pañal a rastras. Disfrutamos de nuestra comida senegalesa al tiempo que contemplábamos la vida de los locales en la playa. Unos jóvenes jugaban al fútbol, un hombre arrastraba una red y se metía en el mar con ella (posiblemente para tratar de pescar algo), otro corría de un lado a otro y realizaba ejercicios gimnásticos. La brisa traía además el sonido de los tambores que los músicos tocaban un poco más arriba.

Llevábamos ya un buen rato ahí cuando se acercó un nuevo africano. Su nombre era Pappiss. Se sentó tranquilamente a nuestro lado y comenzó una conversación. No sabía inglés ni español, por lo que estuvimos hablando en francés y algo de pulaar. De vez en cuando se ponía nervioso y tartamudeaba. Me inspiró mucha ternura. Al rato llegaron dos más, más mayores y con más pinta de hombres de negocios. No recuerdo sus nombres, pero también eran muy agradables. Hablando con ellos en inglés y francés la conversación terminó desembocando en el tema del matrimonio, como siempre. Nos echamos unas buenas risas. Pappiss me decía que hablase con él y no con los otros. Me dijo que me amaba [jajajaja]. También sacó el tema del casamiento con un senegalés; con él, por ejemplo. Los tres nos dieron sus números de teléfono (nos insistieron en que les diésemos los nuestros, pero aludimos que aun no los teníamos comprados). Los dos hombres más mayores se hicieron una foto con nosotras de recuerdo y se despidieron. Pappiss se quedó conversando con Yaiza y conmigo toda la tarde. Le enseñamos algunas expresiones en español y él a nosotros en wolof. Me contó muchas cosas de Dakar, de la sociedad senegalesa y de su vida. Yo traté de contarle algo de la mía. Al final se marchó y me pidió por favor que le llamase en cuanto tuviese la tarjeta de móvil. Sobre las cinco y poco salimos de la playa y, subiendo unas escaleras hacia la calle principal, me asaltaron tres críos e intentaron arrebatarme el bote de Fanta. Les expliqué que había que pedir las cosas por favor y dar después las gracias. Luego les hice beber un poquito de Fanta a cada uno, por turnos, para que la compartiesen. Nos pidieron fotos y posamos con ellos. Eran unos niños preciosos y muy risueños. Al fin llegamos al hotel, recogimos las cosas y pillamos de nuevo un taxi al Stade Leopold por 2500 francos (íbamos mejorando). Nos marchábamos a Kedougou.

4 comentarios:

  1. Bueno , ya se os ve más felices y sueltas que los días anteriores ; me alegro : -)

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  2. Debes de ser el único que lee mis parrafadas, jajaja.

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  3. Sonia, ya veo que te estas adaptando bien, besos

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  4. Perdona querida Sonia , aunque no comenté yo si estoy leyendo lo que pones guapaaa jajjajaj

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