02 marzo 2014

This is África

Hoy nos hemos levantado relativamente pronto para lo tarde que nos acostamos ayer. A las 10 de la mañana ya estábamos en pie, aunque algo tambaleantes. Me da la sensación de que ando un poco deshidratada desde ayer (no entiendo por qué, comimos y bebimos en el avión). Como aun no teníamos agua embotellada (ayer por la noche tras instalarnos bajamos a la recepción a por una botella, pero estaba todo apagado y solo se oían los ronquidos del dueño), Yaiza ha comprado esta mañana un par de botellas en el hotel. Nos hemos bebido tranquilamente el agua mientras comíamos unas barritas de cereales traídas desde Madrid. Ese ha sido nuestro desayuno continental. A media mañana nos hemos vestido y armado de valor para salir de nuevo a la calle, con la esperanza de ver algo bonito y agradable en la capital. Al bajar a recepción le hemos pedido un mapa al dueño, pero nos ha dicho que no tenía y nos ha indicado cómo ir hasta la Plaza de la Independecia (foto). Al llegar la desilusión ha sido bastante grande. Nos hemos topado con una plaza muy amplia con algunos arbolillos que se abría en medio de edificios cochambrosos y polvorientos. Ha sido en este lugar donde nos ha abordado el primer senegalés, hablando en un español bastante bueno. Nos quería llevar a no sé qué museo y darnos no sé qué tarjeta suya. Le he dicho que íbamos con prisa porque habíamos quedado con unos amigos y que más tarde le buscaría (claaaaaro). No hemos dado ni veinte pasos cuando uno, dos y hasta tres senegaleses más nos han abordado de nuevo. Uno de ellos, a pesar de mis claros recelos de entablar conversación con alguien que potencialmente me quiere/puede timar, ha sido amable y nos ha explicado por dónde estaban las cosas para ver.


Hemos bajado hacia el puerto, pero no hemos llegado a pasar. Por aquí y por allá había taxis que nos pitaban y hombres que nos hablaban e intentaban colarnos de todo. Hemos visto a un numeroso grupo de turistas guiris que eran guiados como ovejas hacia Dios sabe dónde. Hemos barajado la posibilidad de preguntarles a ellos dónde podíamos encontrar algún sitio para comprar comida, pero parecían todavía más fuera de lugar que nosotras, así que hemos deshechado la opción. Callejeando por los alrededores de la Plaza de la Independencia no hemos encontrado gran cosa. Los poquísimos comercios que había estaban cerrados, salvo algún puestecillo de artesanías y una panadería en la que hemos comprado una barra de pan (tenía buenos precios fijados y bastante variedad, por lo que mañana compraremos allí la comida y la cena). Nos hemos topado con un senegalés anciano que vendía fruta y con el hambre que teníamos no nos hemos resistido a comprar unas manzanas. 1000 francos la bolsa de cinco manzanas. Menos de dos euros, no está mal.

Hemos continuado caminando por el centro de Dakar. Lo cierto es que pensé que la capital sería algo más aparente. No hemos visto mucho, pero la sensación que da es de que está todo a medio hacer o a medio derruir, según por dónde lo mires. Todas las aceras están levantadas y hay tramos en los que han echado arena de playa para tapar los socabones. En otros puntos vas andando sobre escombros, literalmente. El transporte público es para verlo. Nos hemos cruzado con dos autobuses de línea y los dos tenían los cristales rotos, además de estar cubiertos por una buena capa de suciedad y óxido. Ha sido divertido ver a dos senegaleses con un pequeño rebaño de cabras gigantes correteando por ahí. Lo que más me ha impactado ha sido ver a madres con hijos de no más de tres años haciendo vida en las aceras: lavando la ropa o haciendo el fuego, con un montón de bártulos desperdigados alrededor. Uno de los niños, con los pies blancos de ir descalzo, se entretenía en dar palazos al cemento con un hierro grueso, mientras su madre pasaba el rato tirada en la acera bajo el asfixiante calor.

Antes de volver al hotel hemos divisado el mar y nos hemos acercado a una porción de playa sin urbanizar. Queríamos bajar y unos policias que nos han visto nos han indicado el camino entre risas. Nos hemos sentado entre las piedras como hemos podido y hemos echado alguna foto a la costa de Dakar (también a una rata africana muerta enorme, del tamaño de un gato). Al momento ha bajado uno de los policías. Un chico negro, infinitamente alto y guapito de cara, muy apuesto. Nos ha empezado a hablar en francés pero no entendíamos gran cosa, así que hemos terminado chapurreando francés, inglés y español. Se llamaba Samba (precioso nombre) y tenía 25 años. Nos ha preguntado qué hacíamos en Dakar, cuánto tiempo nos íbamos a quedar... y que si entraba dentro de mis planes casarme con un sengalés. Concretamente con un policía senegalés de 25 años. Entre risas he agradecido su propuesta y hemos proseguido nuestro camino de vuelta al hotel.

Una vez en la habitación hemos hecho balance de la mañana y la realidad nos ha abofeteado de nuevo. Hemos pagado 150 francos por una barra de pan; 1000 francos por cinco manzanas. Algo no cuadra. Maldita sea, el cambio nos ha jugado una mala pasada y le hemos soltado al frutero anciano una millonada sin ni siquiera regatear. Debe ser el calor o algo, no es normal que esté TAN alelada. Nos hemos echado unas risas pensando en lo contentos que estarán los dakarenses teniendo a dos blancas que reparten dinero a expuertas y más tarde hemos comido un bocadillo de jamón que nos ha sabido a gloria (ahora no hay momento para el vegetarianismo; si pudiese me comería a uno de vosotros, tal es el hambre que tengo). Después nos hemos echado la siesta hasta las tantas. Hemos hablado con nuestros seres queridos y ahora nos disponemos a cenar lo mismo que hemos comido. Y pronto a dormir, que el día de mañana promete estar lleno de aventuras y, seguramente, de algún que otro timo.

1 comentario:

  1. . . . Por lo menos ya estaréis escapando a la seguridad del campo , jeje. Aunque luego no podrás marcarte estas parrafadas . . .

    ResponderEliminar