Poco después, The New York Times publicó la foto y él ganó el premio Pulitzer en mayo de 1994. Al recogerlo, el fotógrafo afirmó: «es la foto más importante de mi carrera, pero no estoy orgulloso de ella, no quiero ni verla, la odio. Todavía estoy arrepentido de no haber ayudado a la niña». La opinión pública entendió la foto como una alegoría de lo que sucedía en Sudán: Kong era el problema del hambre y la pobreza, el buitre era el capitalismo y Carter era la indiferencia del resto de la sociedad. La crítica se cernió contra él e intentó justificarse, alegando que el niño hacía sus necesidades, que la tribu se encontraba a unos 20 metros de ella y que el animal esperaba su ración de comida. Kong Nyong murió 4 años después debido a unas fiebres.
Dos meses después, agobiado por la presión de las críticas, Carter se fue a la orilla del río donde había jugado cuando era niño, enchufó una manguera al tubo de escape de su coche, lo introdujo por la ventanilla e inhaló, mientras escuchaba música, todo el monóxido de carbono que pudo hasta acabar con su vida.
Yo me pregunto si a Kevin Carter le criticaron tanto por no ayudar a la niña, o más bien por mostrar al mundo la cruda realidad. El ser humano es tan egoísta, que a menudo prefiere vivir ajeno a las desgracias que hay en el mundo, porque, al fin y al cabo, "ojos que no ven, corazón que no siente". Y así, mientras un niño africano se muere literalmente de hambre, abrimos la Cosmopolitan o la Woman y ojeamos bolsos y zapatos de miles de euros. ¿Hasta qué punto está degenerando nuestra sociedad, como para permitir que la gente se gaste ingentes cantidades de dinero en un complemento cuando otros no tienen nada que llevarse a la boca?
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