Hemos bajado hacia el puerto, pero no hemos llegado a pasar. Por aquí y por allá había taxis que nos pitaban y hombres que nos hablaban e intentaban colarnos de todo. Hemos visto a un numeroso grupo de turistas guiris que eran guiados como ovejas hacia Dios sabe dónde. Hemos barajado la posibilidad de preguntarles a ellos dónde podíamos encontrar algún sitio para comprar comida, pero parecían todavía más fuera de lugar que nosotras, así que hemos deshechado la opción. Callejeando por los alrededores de la Plaza de la Independencia no hemos encontrado gran cosa. Los poquísimos comercios que había estaban cerrados, salvo algún puestecillo de artesanías y una panadería en la que hemos comprado una barra de pan (tenía buenos precios fijados y bastante variedad, por lo que mañana compraremos allí la comida y la cena). Nos hemos topado con un senegalés anciano que vendía fruta y con el hambre que teníamos no nos hemos resistido a comprar unas manzanas. 1000 francos la bolsa de cinco manzanas. Menos de dos euros, no está mal.
Hemos continuado caminando por el
centro de Dakar. Lo cierto es que pensé que la capital sería algo
más aparente. No hemos visto mucho, pero la sensación que da es de
que está todo a medio hacer o a medio derruir, según por dónde lo
mires. Todas las aceras están levantadas y hay tramos en los que han
echado arena de playa para tapar los socabones. En otros puntos vas
andando sobre escombros, literalmente. El transporte público es para
verlo. Nos hemos cruzado con dos autobuses de línea y los dos tenían
los cristales rotos, además de estar cubiertos por una buena capa de
suciedad y óxido. Ha sido divertido ver a dos senegaleses con un pequeño rebaño de cabras gigantes correteando por ahí. Lo que más me ha impactado ha sido ver a madres
con hijos de no más de tres años haciendo vida en las aceras:
lavando la ropa o haciendo el fuego, con un montón de bártulos
desperdigados alrededor. Uno de los niños, con los pies blancos de
ir descalzo, se entretenía en dar palazos al cemento con un hierro
grueso, mientras su madre pasaba el rato tirada en la acera bajo el
asfixiante calor.
Antes de volver al hotel hemos divisado
el mar y nos hemos acercado a una porción de playa sin urbanizar.
Queríamos bajar y unos policias que nos han visto nos han indicado
el camino entre risas. Nos hemos sentado entre las piedras como hemos
podido y hemos echado alguna foto a la costa de Dakar (también a una
rata africana muerta enorme, del tamaño de un gato). Al momento ha
bajado uno de los policías. Un chico negro, infinitamente alto y
guapito de cara, muy apuesto. Nos ha empezado a hablar en francés
pero no entendíamos gran cosa, así que hemos terminado chapurreando
francés, inglés y español. Se llamaba Samba (precioso nombre) y
tenía 25 años. Nos ha preguntado qué hacíamos en Dakar, cuánto
tiempo nos íbamos a quedar... y que si entraba dentro de mis planes
casarme con un sengalés. Concretamente con un policía senegalés de
25 años. Entre risas he agradecido su propuesta y hemos proseguido
nuestro camino de vuelta al hotel.
Una vez en la habitación hemos hecho
balance de la mañana y la realidad nos ha abofeteado de nuevo. Hemos
pagado 150 francos por una barra de pan; 1000 francos por cinco
manzanas. Algo no cuadra. Maldita sea, el cambio nos ha jugado una
mala pasada y le hemos soltado al frutero anciano una millonada sin
ni siquiera regatear. Debe ser el calor o algo, no es normal que esté
TAN alelada. Nos hemos echado unas risas pensando en lo contentos que
estarán los dakarenses teniendo a dos blancas que reparten dinero a
expuertas y más tarde hemos comido un bocadillo de jamón que nos ha
sabido a gloria (ahora no hay momento para el vegetarianismo; si
pudiese me comería a uno de vosotros, tal es el hambre que tengo).
Después nos hemos echado la siesta hasta las tantas. Hemos hablado
con nuestros seres queridos y ahora nos disponemos a cenar lo mismo
que hemos comido. Y pronto a dormir, que el día de mañana promete
estar lleno de aventuras y, seguramente, de algún que otro timo.
. . . Por lo menos ya estaréis escapando a la seguridad del campo , jeje. Aunque luego no podrás marcarte estas parrafadas . . .
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